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Cuando nos aproximamos a acontecimientos significativos en nuestras vidas, como exámenes cruciales, conversaciones con seres queridos o el resultado de un juicio importante, es innato que busquemos tener un control absoluto sobre dichos sucesos. La razón detrás de este deseo es comprensible: queremos sentirnos seguros y creemos que, al tener todo bajo control, aumentamos nuestras probabilidades de garantizar resultados positivos en esos eventos que nos generan preocupación.
Sin embargo, aquí es donde chocamos con una realidad ineludible, el control total es ilusorio. Siempre existen y van a existir factores que escapan a nuestro dominio y nunca podemos estar seguros con certeza de cómo se desarrollarán las circunstancias futuras. Esta incapacidad para asegurar el resultado deseado junto con el malestar que trae asociado está relacionado con el fenómeno que conocemos como intolerancia a la incertidumbre.
La intolerancia a la incertidumbre se refiere a la dificultad o incapacidad de una persona para lidiar con situaciones o eventos cuyos resultados son inciertos o desconocidos. Indica una tendencia a experimentar ansiedad, preocupación o malestar cuando se enfrenta a la ambigüedad, lo que a menudo conduce a la necesidad de buscar respuestas, certezas o control en un esfuerzo por reducir esa ansiedad.
Una vez que tomamos conciencia de que no podemos prever con exactitud lo que sucederá y que a menudo somos incapaces de gestionar la incertidumbre de manera efectiva, la ansiedad tiende a surgir. Esta ansiedad nos lleva a imaginar una multitud de escenarios catastróficos posibles y a tratar de buscar soluciones para cada uno de ellos. Por ejemplo, antes de un examen importante, nos preocupamos por suspender, porque pregunten justo lo que peor nos sabemos, por quedarnos en blanco, por llegar tarde, etc. Estos pensamientos, por muy negativos que parezcan, pueden proporcionarnos un alivio momentáneo, ya que, si alguno de estos escenarios se hiciera realidad, sentiríamos que ya habíamos contemplado esa posibilidad y nos habíamos preparado para enfrentarla. Sin embargo, un estudio revela que el 90% de lo que anticipamos no llega a ocurrir en realidad. Por lo tanto, estamos gastando energía a nivel cognitivo preocupándonos por situaciones que, en su mayoría, son improbables, y a su vez, activando nuestros sistemas de alerta frente a amenazas que, por el momento, no son reales.
Es importante destacar que una mala gestión de la incertidumbre se asocia comúnmente con un aumento de la ansiedad, cambios en el estado de ánimo, experimentación de miedo, tristeza, irritabilidad, enfado, insomnio y fatiga. Además, puede contribuir al desarrollo de trastornos depresivos o patologías relacionadas con la ansiedad.
Por otra parte, algunas personas optan por evitar eventos inciertos con el fin de no enfrentarse a posibles resultados negativos. Esto aumenta su miedo hacia dichos eventos al no poder comprobar que finalmente no sucedieron la mayoría o todas sus anticipaciones. A su vez, les priva de la oportunidad de experimentar desenlaces neutros o positivos, o incluso de vivir el fracaso, lo que les permitirían aprender y mejorar frente a situaciones similares que viviesen en el futuro.
Por otra parte, hay que señalar que es natural tener cierta intolerancia a la incertidumbre, ya que a veces puede este enfoque puede impulsarnos a tomar medidas para aumentar nuestras posibilidades de éxito. Sin embargo, el problema surge cuando, una vez que hemos llevado a cabo todas las medidas razonables, seguimos buscando un control absoluto en situaciones impredecibles. Esto puede tener un impacto negativo en nuestra vida cotidiana si no somos capaces de manejar o reorientar nuestros pensamientos.
Por lo tanto, es crucial plantearnos algunas preguntas: ¿Hasta qué punto es útil anticipar constantemente lo que va a ocurrir? ¿Realmente esto afecta al posterior resultado? ¿Nos hace sentir mejor o peor? ¿Cuánta energía estamos dedicando? ¿Podríamos redirigir ese esfuerzo hacia otros aspectos más útiles? Además, debemos reflexionar sobre cómo sería la vida si todo estuviera bajo nuestro control.
Aunque la incertidumbre pueda resultar incómoda, también le otorga emoción y sorpresa a la vida y es una parte inherente de nuestra existencia.
Para abordar la intolerancia a la incertidumbre, aquí presentamos algunas estrategias que pueden resultar útiles:
1. Aceptar que enfrentaremos factores impredecibles constantemente y que la incertidumbre es una parte inevitable de nuestro día a día.
2. Practicar la atención plena (mindfulness) para vivir en el presente en lugar de anticipar constantemente el futuro.
3. Reconocer que, incluso cuando surgen imprevistos, tenemos cierto control sobre cómo los manejamos, lo que nos permite adaptarnos, replanificar y actuar en consecuencia para lograr nuestros objetivos.
4. Enfocarse en los aspectos que realmente podemos controlar y no en los que están fuera de nuestro alcance.
5. Aumentar la tolerancia a la incertidumbre nos permite ser más valientes a la hora de hacer cambios significativos en nuestras vidas, como cambiar de trabajo o mudarnos. La baja tolerancia a la incertidumbre puede paralizarnos y evitar que tomemos decisiones importantes.
6. Realizar ejercicios de exposición a la incertidumbre en contextos menos relevantes a modo de entrenamiento contribuye a mejorar nuestra capacidad para manejar la incertidumbre en situaciones más importantes, que suelen ser las que más nos preocupan y nos resultan más difíciles de gestionar.
7. En última instancia, no dudes en buscar apoyo terapéutico si te resulta difícil lidiar con estos desafíos por tu cuenta. Un terapeuta puede proporcionar orientación y herramientas efectivas.
En conclusión, la siguiente frase resume los aspectos que hemos tratado y nos invita a la reflexión: "La felicidad radica en tener la sabiduría necesaria para sobrellevar lo que no puedes controlar, la fuerza suficiente para cambiar lo que sí puedes controlar y la inteligencia para distinguir entre ambas situaciones".
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